Tanto ayer como hoy estoy de vacaciones por casa. Me he quedado cuidando a la pequeña, disfrutando de su gran y variada colección de gritos y sonidos. Naira esta grandota y las buenas maneras de mi madre se notan. Sigue sus horarios sin problemas, come, duerme, juega y vuelve a comer.
Hoy, después que su madre le diera la papilla de verduras que yo habia preparado, la he puesto en la cuna, con su manta, su muñeca y su chupete y… a domir. Aprovechando, o mejor dicho, atraído por el silencio y el sopor post-comida, también yo me he echado en la cama.
Una hora y media después, aquí me teneis… ¡que grande y reparadora resulta la siesta!
Tiempo atrás escuchaba lo española y sana que es esta costumbre. Española, por ubicación geográfica, sin duda, y sana, porque en ese sueño tras la comida se recuperan fuerzas y energías, se ayuda a facilitar la digestión, favorece el descanso de la mente, que asimila y cierra todos aquellos temas que ya hemos zanjado.
En realidad tiene mucho que ver con el descenso de la sangre después de la comida desde el sistema nervioso al digestivo lo que provoca una indudable somnolencia. Personajes como Albert Einstein cantaron sus alabanzas y Winston Churchill, que aprendió la costumbre en Cuba, fue un entusiasta cultivador de la misma.
Reivindico la siesta… ¡que diferencia! Aún ahora, que llevo unos 10 minutos despierto, sigo conectano el cerebro, volviendo a la realidad, pero ya preveo que una vez reentrado en la tarde y los quehaceres, las ganas y energías son mucho mayores.
¡Viva la siesta! ¡Reivindica tu siesta! A partir del lunes, vuelvo a trabajar y se acabó esta magnifica y sana costumbre. ¡Siesteen!