En una pequeña aldea, rodeada de verdes colinas, frondosos bosques y cielos despejados, vivía un hombre de mediana edad con una sonrisa apacible y un corazón siempre dispuesto a escuchar. Era conocido por su tranquilidad y por los pequeños rituales que realizaba cada año, aunque nadie entendía muy bien su propósito.
El misterioso agujero
Una mañana, al romper el alba, este hombre salió al campo cercano a su casa llevando consigo una pala. Sin decir palabra, comenzó a cavar. La tierra era blanda, y con cada palada el agujero crecía un poco más. Los vecinos, intrigados, se acercaron poco a poco.
—¿Qué estás haciendo? —le preguntaron algunos.
—Cavo —respondía él, sin levantar la vista ni detenerse.
—¿Vas a plantar algo? —inquirieron unos.
—¿O estás construyendo un pozo? —aventuraron otros.
Incluso alguien sugirió, en voz baja, que tal vez estaba construyendo una trinchera para defenderse de algún peligro imaginario. Pero el hombre siempre daba la misma respuesta:
—Cavo.
El sol subía en el cielo, y el agujero ya era tan profundo como alto era él. Cansado, sudoroso y con las manos llenas de ampollas, el hombre finalmente se detuvo. Al alzar la vista, descubrió que una multitud se había congregado a su alrededor. Todos lo miraban con curiosidad y algo de desconcierto.
El hombre salió del hoyo, se sacudió la tierra de las manos y dijo:
—¿Os preguntáis para qué he cavado esto? Venid mañana y lo veréis con vuestros propios ojos.
La revelación
La noticia corrió por la aldea, y al día siguiente, mucho antes de que el sol despuntara, una multitud aún más grande se reunió junto al agujero. El hombre apareció con la misma pala de ayer, pero esta vez comenzó a llenar el hoyo con la tierra que había sacado. El asombro fue general.
—¿Por qué alguien haría un hoyo para luego rellenarlo? —se escuchaba entre murmullos.
Cuando finalmente terminó, el hombre clavó la pala en el suelo, se giró hacia la multitud y dijo con una sonrisa:
—Listo. Ya estoy preparado para un nuevo año de desafíos, retos, buenos momentos y no tan buenos, aprendizaje y des-aprendizaje, viejos amigos y nuevos amigos, amores y desamores, ganancias y pérdidas… ya estoy listo para este año que empiezo. Hoy es mi cumpleaños, y he plantado en ese agujero todo lo que he acumulado en este último año.
El Legado
La multitud lo miraba en silencio, sin entender del todo sus palabras. Pero el hombre señaló los frondosos bosques que se alzaban tras su casa y añadió:
—Lo hago desde hace muchos años, y con ello sé que crecerá algo bueno y valioso. Todo lo que soy, lo que he vivido, lo que he aprendido, está ahí, alimentando algo que aún no vemos pero que un día florecerá.
La multitud comenzó a dispersarse, algunos riendo, otros reflexionando. Pero en los días que siguieron, más de uno se vio en los campos, pala en mano, comenzando a cavar.